REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
La avalancha irracional, infinita y creciente de los ataques
a Trump de parte de sus enemigos, con la activación de sus tarifas al comercio ahora
hasta los comunistas se han convertido en santos patronos de libre comercio,
para acribillar al presidente con pronunciamientos que envidiaría Cantinflas. El
propósito de esta nota no es defender las tarifas activadas por Trump, con las
que no estoy de acuerdo, sino explorar cual es el marco legal y la realidad de
los tratados de comercio.
Para los liberales, libre comercio es ausencia de
intervención del gobierno en el comercio: sin tarifas, sin cuotas, sin
subsidios. Pero, para los oficiales del gobierno significa un complejo
entarimado de políticas comerciales manipuladas, y el poder para establecer las
reglas del comercio global. ¿Cuáles importaciones serán grabadas, y que tanto?
¿Qué exportaciones serán subsidiadas, que tanto? ¿Cómo se harán respetar las
políticas internas como empleo, el medio ambiente y, en especial, las políticas
sociales? Así nacen “aparentes” acuerdos comerciales.
Cuando un proyecto de verdadero libre comercio emerge en el
horizonte de un país, es muy fácil comprobar su verdadera etiqueta. De
inmediato el gobierno, la prensa, los grandes negocios se opondrán de forma
casi violenta. Aparecerán luego largas letanías advirtiendo del peligro que
representa de llevarnos a las prácticas del siglo 19. La media vendida y los sabios
académicos rápidamente pasarán a las advertencias con el viejo embuste, de un
comercio sin intervención del gobierno será anárquico y explotador. El
establishment ante la posibilidad del libre comercio reaccionará con el mismo
entusiasmo de un político que le notifican ha perdido la elección
El establishment mundial, desde la segunda guerra mundial inició
sus gritos de entusiasmo pidiendo el libre comercio, pero, en realidad, siempre
han estado nutriendo bajo la mesa a los opositores de la verdadera libertad de
intercambio. Las organizaciones emanadas de los fatales acuerdos de Bretton
Woods, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, iniciaron el franco apoyo
a los nuevos acuerdos comerciales basados en las ideas mercantilistas de que
las exportaciones es lo que hacen ricos a los países, y las importaciones los
empobrecen.
La mayoría de las decisiones en Bretton Woods fueron tomadas
bajo el consejo de dos economistas; John Maynard Keynes, héroe de todos los
gobiernos socialistas durante el siglo 20, y Harry Dexter White, con
credenciales del partido comunista de EU y que luego fuera acusado de espionaje
a favor de Rusia. Por esto y otros motivos, sabemos que los gobiernos no tienen
interés en genuinos acuerdos de libre comercio.
Las palancas para manipular el comercio mundial
las tiene la OMC que administra 60 acuerdos, impone a todos sus miembros la
adhesión a la totalidad de ellos. Esto es una enorme
complejidad de las negociaciones sobre su modificación, porque involucran
forzosamente a todos los miembros. Las ventajas que cada país obtiene, o los
perjuicios que sufre, supuestamente se compensan en campos diferentes, y la
negociación debe tener un consenso general y equilibrios de extrema
complejidad. Es decir, el verdadero libre comercio mundial no existe y la
Organización Mundial de Comercio es otra burocracia más. Y cuando se les da a
las burocracias este poder, el resultado es una maraña de trabas y los caminos
alternos, no muy legales, para evitarlas.
Pero si somos verdaderos apóstoles del libre
comercio sabemos que los tratados no tienen razón de existir, y así lo afirmaba
el gran Pareto en 1901: “No hay necesidad porque lo que supuestamente deben de
arreglar, no existe cuando los países ya intercambian libremente. Esta era la
doctrina de J.B. Say y de toda la escuela económica francesa. Era la doctrina
de la escuela económica inglesa. Cobden, al asumir la responsabilidad del
tratado comercial de 1860 entre Francia e Inglaterra, se inclinaba más a revivir
la infame política de los tratados de reciprocidad y empezó a olvidar la
doctrina de economía política de la cual había sido un defensor intransigente”.
Cobden insistía con su contraparte francés,
Chevalier: “No necesitamos tratado, el libre comercio debería ser unilateral.
Libertad total en el comercio internacional”. Cobden renunciaba a su
responsabilidad argumentando lo secreto de las negociaciones, por lo cual no
tenía la información necesaria para negociar. Hoy, la falta de transparencia en
las negociaciones de libre comercio hace muy difícil conocer cuál será el
contenido de un tratado. Mientras se negocian algunos de estos tratados, ya hay
ejemplos de aplicación de otros acuerdos similares. Nos
podríamos referir al General Agreement on Tariffs and Trade (GATT), el General
Agreement on Trade in Services (GATS), el Agreement on Trade-Related Aspects of
Intellectual Property Rights (TRIPS) o a acuerdos más regionales como el North
American Free Trade Agreement (NAFTA) o la European Economic Area (EEA).
El hecho de que los gobiernos negocien en nombre
del libre comercio debería resultar sospechoso para cualquier libertario o
verdadero defensor del de la libertad de intercambio. A todas las burocracias
del mundo, como lo comprobara Buchanan en su Public Chooice, lo que les
interesa es acumular más poder a base de interferencias en los mercados, para
su beneficio.
El gran Murray Rothbard se oponía al TLC y
demostró que estaban llamando acuerdo de Libre Comercio, a lo que en realidad
era una forma de cartelizar e incrementar el control del gobierno sobre la
economía. Había pistas muy evidentes de que, en la trastienda de estos acuerdos
se ocultaban prácticas proteccionistas. Cerraba afirmando; “el genuino libre
comercio no requiere de tratados”. Los gobiernos nunca renuncian a su poder, y
los tratados genuinos requieren de una disminución de los poderes del estado.
Pero al llegar a la conclusión de los modernos acuerdos, nos damos cuenta de
que son para afianzar ese poder no limitarlo ni compartirlo.
Además, los tecnicismos y el secretismo que rodean
a los acuerdos de libre comercio favorecen el mercantilismo y el proteccionismo
en la medida en que las regulaciones técnicas se usan para favorecer a los
productores que están bien relacionados políticamente. Esta dirección pública
hacia la hegemonía regulatoria es evidentemente algo totalmente opuesto al
libre comercio. De hecho, el libre comercio supone dejar que los consumidores
elijan pacíficamente qué productos quieren promover en lugar de determinar qué
está disponible mediante coacción burocrática.
Como señalaba Vilfredo Pareto: “Desde el punto de
vista del proteccionista, los tratados de comercio son lo más importante para
el futuro económico de un país. Cada vez que se aprueba un nuevo tratado de
“libre comercio”, lo que se ve es la atenuación de las barreras arancelarias,
pero lo que no se ve
es la proliferación y armonización de barreras no arancelarias que impiden la
libre empresa y crean monopolios a escala internacional a costa del consumidor.
Entonces, como lo propuso Trump ante el G7. Es la hora del verdadero libre
comercio sin tarifas, sin subsidios, sin barreras.
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