Prácticamente casi nadie concede hoy en día la
factibilidad que no sea el estado-nación quien detente el monopolio de la emisión
de moneda. La gente común esta tan acostumbrada al hecho, que no son pocos los
que se sorprenden cuando se les expone la posibilidad -y hasta la misma
conveniencia- de que los particulares, sean empresas o individuos, tengan la
facultad de poder emitir sus propias monedas y ofrecerlas en el mercado como un
bien más que, en el fondo, no se diferencia de cualquier otro artículo o
servicio brindado por el mercado. No han faltado quienes han ensayado diversos
argumentos para "justificar" la intromisión estatal en el mercado
monetario, cuando ya nadie recuerda que, si bien los estados-naciones
acapararon rápidamente para sí mismos en exclusividad dicho mercado, la
invención de la moneda fue de origen privado y no estatal.
"se ha sostenido la conveniencia de la moneda
estatal partiendo de la arbitraria premisa que se trata de un monopolio técnico
(a veces denominado monopolio natural, aunque esta última acepción resulta
multifocal) aunque su constitución resulta de la imposición de un monopolio
artificial. Independientemente del análisis sobre el significado controvertido
de este tipo de monopolio -que ha sido tratado exhaustivamente, en un contexto
más amplio, entre otros, por Gary Becker especialmente en “There is Nothing
Natural about Natural Monopoly”- en este caso la desregulación del mercado
monetario brinda la posibilidad de elegir en competencia con todos los
controles cruzados que de ello se deriva. Tal vez debido a la revolución
cibernética en curso tienda a desaparecer el billete bancario, con lo que posiblemente
quede más al descubierto la naturaleza del dinero y la necesidad de respaldar
las transferencias con activos de valor seleccionados por los operadores, al
tiempo que puedan obviarse reglamentarismos contraproducentes y carentes de
sentido."
La propuesta de competencia de
monedas privadas fue formulada por el Premio Nobel de economía Friedrich A. von
Hayek hace unas décadas atrás. Básicamente, supone un retorno a los remotos
orígenes de la moneda que -como habíamos adelantado- comenzó siendo una
invención espontánea de los comerciantes privados (valga la redundancia) y en
donde muchos de ellos también eran quienes acuñaban sus propios signos
monetarios. Los primeros acuñadores de moneda fueron particulares, de la misma
manera que lo fueron los primeros banqueros. Muchos acuñadores eran también
banqueros, aunque los había que se dedicaban exclusivamente a acuñar, y otros
-en cambio- al negocio bancario en forma diferenciada. La competencia libre
entre monedas tenía los mismos efectos que la competencia libre en cualquier
otro bien o servicio. Los mejores productos y más baratos desplazaban a los de
peor calidad y precio más alto. Este es el efecto de la libre concurrencia en
cualquier mercado. La división del trabajo -propia del libre mercado- también
volcó sus beneficiosos efectos en el mercado monetario. Todo este edén de cosas
comenzó a finalizar cuando los estados-nación empezaron a tomar cartas en el
asunto y a intervenir en el mercado dinerario, para, al final de cuentas,
terminar por monopolizarlo, y excluir en forma definitiva a los particulares
del negocio.
El sistema monopólico monetario
gubernamental se complementa con el fiscal:
"Salvo aquellas raras excepciones donde no
existió monopolio de la fuerza por un período prolongado, los impuestos han
incidido en el desarrollo de la civilización: el impacto de la tributación,
tanto en los acontecimientos políticos cuanto en la modificación de la
estructura económica, no puede ser soslayado"
A la luz de los
resultados históricos, puede aventurarse que dicha incidencia ha sido siempre
negativa. Los impuestos han significado un lastre al desarrollo de la
civilización, ya que sin su concurso el progreso hubiera sido infinitamente
mayor, más veloz y mucho más equitativo desde el punto de vista humano en
general. En tiempos de monarquías absolutas, los reyes y emperadores echaban
mano a los impuestos para obtener fondos con el objeto de financiar sus
interminables y recurrentes campañas militares de conquista por la conquista
misma en la mayoría de los casos, o en virtud de enconos y rivalidades
personales sostenidas contra otros monarcas, unas veces por cuestiones
familiares, otras territoriales, y otras -simplemente- por el amor al poder en
sí mismo.
"La sucesión histórica de diversos sistemas fiscales
guarda directa vinculación con la evolución de las funciones del Estado, y con
los problemas financieros que la incorporación de las nuevas funciones fue
generando. La literatura financiera constata, en términos generales, una
paulatina evolución desde los ingresos originarios (derivados del dominio), a
través de las regalías y luego de los monopolios, hasta los impuestos, como
principal fuente rentística. En los últimos tiempos y bajo el signo de la
crisis de la hacienda pública, la fuente impositiva se ha visto complementada
con creciente financiación crediticia."
Puede conjeturarse que
los impuestos son tan antiguos como la humanidad misma. Ya la Biblia nos habla
de ellos en numerosos pasajes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Es
célebre la pregunta que se le hace a Cristo sobre si era o no lícito pagarle
tributo al Cesar. Recordemos que en aquellos tiempos y -en una perspectiva
histórica amplia, hasta no hace mucho- el "estado" no era otra cosa
sino la figura del monarca, rey, emperador, conquistador, jefe, etc. Sus
funciones eran las del gobierno sin límite alguno. Sólo fruto de la revolución
liberal de los siglos XVIII y XIX ese cuadro de situación comenzó tímidamente a
cambiar, para volver a dar un fuerte retroceso hacia las antiguas formas de
poder despótico a fines de la primera mitad del siglo XX, inclusive muchas
veces en nombre de la misma "democracia".
El sistema de regalías
consideraba que el dueño de la tierra era el rey (o el estado-nación) y en
virtud de ello, el soberano otorgaba concesiones a los ciudadanos para que la
ocupen y trabajen a cambio de un canon, origen del "moderno" impuesto
a la tierra (o inmobiliario). En materia fiscal, al menos, se observa (siempre
en perspectiva histórica) un regreso a las antiguas formas, en lo que podría
denominar un absolutismo impositivo.
Alberto Benegas Lynch (h) Entre
albas y crepúsculos: peregrinaje en busca de conocimiento. Edición de
Fundación Alberdi. Mendoza. Argentina. Marzo de 2001. Pag. 141-142
Alberto Benegas Lynch (h),
Ibidem. Pag. 225
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